Por el Dr. Carlos P. Pagliere (h.)
El sistema de juicio por jurados es el más antidemocrático, antirrepublicano y antiliberal de Occidente. El jurado no es el pueblo ni ha sido elegido por el pueblo: son doce personas carentes de legitimidad que surgen de un sorteo en el padrón electoral. El jurado condena y absuelve arbitrariamente, sin dar ninguna explicación al imputado, a la víctima (o sus familiares) ni a la sociedad en general, lo cual se riñe con la transparencia y racionalidad que deben exhibir los actos de gobierno y lo hace absolutamente inconstitucional. El sistema es primitivo, retrógrado y oscurantista, porque desprecia todo un siglo de moderna ciencia penal para poner el juzgamiento en manos de ciudadanos que, aunque sean muy inteligentes y brillantes en lo suyo, no han sido capacitados para juzgar (y nadie examina su aptitud mental), siendo posible que se le pasen cosas por alto y dicten su veredicto incurriendo en un error judicial. Los miembros del jurado carecen de la experiencia necesaria en los estrados judiciales y resultan más permeables a la manipulación, corriéndose el peligro de que decidan con sentimentalismo, ceguera e irracionalidad. El sistema es lento, caro y fracasado en el mundo. No sólo perjudica a la población y perturba la administración de justicia, sino que también discrimina a las víctimas de delitos y puede poner en riesgo la integridad física o psíquica de los miembros del jurado. Los peligros del juicio por jurados son evidentes y sus beneficios un fantasioso mito, por lo que no sorprende que mayormente sean promovidos por procesalistas extremados y divulgadores ingenuos, y normalmente sean rechazados por los abogados, magistrados y juristas más destacados.
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