31/1/13

Léxico jurídico y juicio por jurados

Por Argentina sin Juicios por Jurado

La afectación al hablar es innecesaria, pero el léxico jurídico es fundamental

¡Qué desgracia tener que escuchar a abogados decir que gracias al juicio por jurados se va a eliminar el léxico jurídico! ¡Los juristas van a tener que hablar de modo que todos puedan comprenderlos! —dicen los muy ocurrentes... ¡Cómo si el léxico jurídico se estuviese hecho para molestar a la gente!

¿Cuál es la próxima propuesta? ¿Cambiar el léxico de los médicos y la denominación de las enfermedades? ¿Modificar el léxico de los economistas, geólogos, físicos, ingenieros, biólogos para que todos podamos entenderlos?

Les aseguro que ninguno de estos profesionales sería tan precipitado en proponer semejante originalidad. Pero claro, ¡hay cada abogado! Pregunto a estos abogados: ¿nunca se pusieron a pensar que si todas las ciencias manejan un léxico específico debe ser por alguna razón?

La cuestión es que la ciencia procura una mejor descripción y distinción de cada cosa. El léxico coloquial usualmente carece de la riqueza necesaria para lograr ese cometido. Es así que los científicos acuden a términos especiales para suplir las lógicas carencias del idioma coloquial.


Naturalmente, al hablar de léxico jurídico no nos referimos a la excesiva afectación en el habla que caracteriza a los petulantes o a los mediocres que buscan florearse en el discurso con palabras tan rimbombantes como vacuas. Nos referimos al léxico específico que es utilizado por la ciencia para dar precisión a los conceptos del derecho penal.

En vez de ajustar el léxico a la riqueza de la ciencia, también es siempre posible ajustar la ciencia a la pobreza del léxico. Este "beneficio", que no es otra cosa que la degradación y destrucción de la ciencia, ¡es lo que festejan los muy frívolos!

Lo natural es que el médico no comprenda todo lo que sabe el ingeniero; ni el ingeniero todo lo que sabe el juez; ni el juez todo lo que sabe el médico. Esto significa que cada uno posee un conocimiento avanzado de su ciencia, que no la puede trasmitir a los demás 
en pocas palabras, ni mediante el habla cotidiana.

Lo importante es que la ciencia progrese y no que todos entiendan, pues de hecho nunca nadie podrá entender la ciencia que jamás estudió. Y si todos entienden una ciencia... ¡pobre de la ciencia! Será tan básica y estéril que pasaría a llamarse "ignorancia". Será tan básica y estéril como es la justicia mediante juicio por jurados.

30/1/13

Periodismo y juicios por jurado

Por Argentina sin Juicios por Jurado

El juicio por jurados promueve la censura de la prensa

Uno de los mayores problemas de los juicios por jurado es que los miembros del jurado, por una carencia de los recursos científicos y prácticos necesarios para formar criterio propio, muchas veces fallan según el pre-juzgamiento que a veces efectúan los medios de comunicación.

Como la labor de los periodistas es la de informar y no la de juzgar, muchos de ellos (los que ejercen la profesión con seriedad) se sienten incómodos sabiendo que influyen decisivamente en el veredicto del jurado. Se dan cuenta de que asumen un rol que no les corresponde y el cual, además, entorpece su trabajo.

¿Por qué entorpece su trabajo? Porque un artículo que el periodista redactara sobre el caso o una entrevista que hiciera a la persona imputada, a la presunta víctima o a un testigo (o supuesto testigo), podría con un juicio por jurado dar al veredicto un vuelco hacia uno u otro lado.

Ante ello: ¿qué debe hacer el periodismo? ¿Cumplir con su labor de informar? ¿Abstenerse de informar ante el peligro de volcar la suerte de un juicio incluso hacia el lado que el periodista no quisiera? El periodismo queda inmerso en un nuevo dilema que le plantea el juzgamiento por jurados.

En vez de abocarse a su función informativa, el periodista tendría que estar pensando las posibles consecuencias que su tarea podría acarrear. Los juicios por jurados acabarían, de este modo, adulterando la labor del periodista, que muchas veces debería autocensurarse para no traicionarse a sí mismo como ciudadano.

No sólo eso: a la larga, en los países en que se implanta el jurado, los juicios se transforman en una suerte de "circo mediático" que obliga a los legisladores o a los jueces a limitar el derecho de prensa. De hecho, a la larga o a la corta los "juradistas" siempre acaban promoviendo la censura de la prensa para preservar a los jurados.

29/1/13

Liberalismo: ¿jueces o jurado?

Por Argentina sin Juicios por Jurado

Sólo los jueces letrados garantizan el ideal liberal

El juicio por jurados es una de las instituciones más antiliberales que amenaza a Occidente. Sin embargo, hemos podido apreciar —para nuestra sorpresa— que un sector del liberalismo actual sostiene y promueve tenazmente este sistema de juzgamiento.

En cierto punto tiene su explicación, ya que el modelo más moderno de constitucionalismo liberal proviene de EE.UU, que cuenta con este sistema de juzgamiento. Y a nadie se le escapa que la nación Argentina adaptó el sistema constitucional norteamericano. Pero no nos debemos equivocar: el juicio por jurado es —en la actualidad— absolutamente antiliberal.
 
El liberalismo es la corriente de ideología política más revolucionaria y civilizante de la historia de la humanidad. Es —en las palabras de José Ortega y Gasset— el principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a sí mismo. Dentro de este esquema, el poder judicial cumple un rol preponderante en el control del poder absoluto.
 
El modo que hallaron los constitucionalistas deciochescos para evitar la subordinación de la justicia al gobierno, fue el sorteo de ciudadanos para cumplir con ese rol. Con el sistema del jurado no se procuraba la justicia de los fallos, sino la independencia respecto del poder político. El jurado podía fallar bien o mal, lo cual no interesaba tanto: lo importante era quitar el poder judicial de las manos del gobernante, limitando su omnipotencia.
 
El liberalismo, con todo, es un principio filosófico-político-moral que abreva del racionalismo. Si en sus inicios comulgó con los juicios por jurado es porque la ciencia penal del siglo dieciocho carecía del suficiente desarrollo como para quitar las resoluciones del ámbito de la arbitrariedad.
 
Un par de siglos más tarde, las cosas han cambiado por completo. La ciencia penal aporta claras directrices de las cuales no se puede apartar el juzgador. La mayoría de los casos que se ponen bajo el juzgamiento del juez, sólo tienen una única resolución posible. Ya no hay campo fertil para la arbitrariedad judicial. La ciencia penal hace que las sentencias sean predecibles y corregibles. El peligro de dependencia de los jueces al poder político se ha reemplazado por la absoluta subordinación de los jueces a la ciencia, que garantiza la independencia judicial.
 
¿De qué modo la ciencia penal garantiza la independencia judicial? Desenmascarando a los jueces adictos al poder. Un juez que se aparta de la ciencia penal para favorecer al poder, debe plasmar su decisión en una sentencia absurda que le deja inmediatamente al descubierto. En cambio, el jurado que falla porque sí, sin dar explicaciones, puede favorecer al poder con total impunidad.
 
La ventaja de los jueces letrados es evidente: el yugo de la ciencia penal no sólo los hace tanto o más independientes que el jurado (que puede estar comprometido con el poder por afinidad política), sino que además ingresa en la ecuación la justicia del fallo.
 
El jurado ofrece, en el mejor de los casos, independencia respecto del poder político, pero bajo ningún punto de vista proporciona fallos racionales y justos. El juez letrado, gracias a la ciencia penal, garantiza ambas cosas: independencia y justicia.
 
El liberalismo logra su cometido promoviendo la limitación del poder y, a la vez, la racionalidad del poder. Que en alguna época haya tenido que resignar racionalidad a cambio de independencia, no significa que la irracionalidad sea un propósito del liberalismo.

Tanto la independencia como la justicia son fundamentales para la filosofía liberal, y sólo los jueces letrados pueden —en la actualidad— cumplir acabadamente con la misión liberal. Dejar el juzgamiento en manos de un jurado, es dejar la justicia en manos de doce déspotas.